Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

lunes, 27 de agosto de 2007

Sala de espera

Sala de espera
En la vereda del sanatorio la muchacha rubia contenía emocionalmente a dos niños que lloraban desconsolados. Ella misma no podía con las lágrimas que nublaron sus ojos claros. Vi en su abrazo y gesto de palabras desbordados, que los pequeños iniciaban un trance duro, incomprensible y angustiosamente precoz, deparado por la vida.
Pasé por mesa de recepción y luego subí al piso de oficinas por un turno de placas en radiología. Saludé conocidos y ensayé unas bromas ligeras, de esas que uno abusa en encuentros esporádicos y casuales. Detrás de otra puerta vidriada (la primera pertenece a la entrada), están las salas de internación, el Office de enfermeras y mucamas y el sitio de rayos X donde esperaba un nutrido grupo al que me uní permaneciendo de pie por no haber sillas.
En un pueblo tenemos el privilegio de recopilar estos cuentos escritos en la calle. Dejados al paso por poetas anónimos, gente común, feliz o ausente, aún en estas circunstancias “retocadas” tristemente por contradicciones que nos chocan. Charlé de básquet con un joven amigo, jugador en actividad, en medio de otra gente que escuchaba sin ser parte de nuestro tema. También me dirigí a la esposa viuda de un viejo alemán, diciéndole que en mi recuerdo, su esposo sigue siendo un filósofo soñador, sabio y anárquico. Ella llegó en silla de ruedas que empujaba su hija. Le pedí además, si conservaba cosas que él hubiera dejado. Escritos, fotos o lo que fuera. Al final del pasillo el romance de la muerte seguía salpicando a la familia de los chicos que consolaba la muchacha de chaqueta azul. Personas caminaban apurados en los trámites del momento, papeles en mano, voces quedas, idas y vueltas, y la angustia con sus sonidos desgarradores que atravesaba las paredes. Había flores frescas ese día en la capilla donde el cadáver del soldador muerto esperaba traslado a una funeraria. Tales son los pasos convencionales de estos casos. Allí velé por mi madre, muy brevemente, cuando murió también aquí, después de mucho sufrir, tres años hace ya. Los pacientes tenemos tiempo para reflexionar cuando nos toca esperar con lo severo o trivial del caso que nos ha llevado. Cuando no hay conversaciones mediante, un sedante lógico podría ser una lectura y en mí, pasa por recorrer visualmente las líneas arquitectónicas del espacio interior, sus ángulos y molduras se tornan atracciones fascinantes. No puedo evitar empezar cada vez un nuevo recorrido, sin cortar la ruta que siguen mis ojos. Parece una tontería, pero es una costumbre que he descubierto en otros, lo que mitiga un poco el remordimiento de tamaña estupidez.
Una trama teatral es exactamente la representación de lo cotidiano. No es un secreto oculto, todo va quedando grabado en las retinas de alguien, en su corazón o su alma, en el rincón más importante. Distintos expresiones, frases de augurio, enojos, rezos, reconciliaciones, odios, ternuras, mentiras o especulaciones declamadas por última vez.
La hija de la señora en silla de ruedas, la viuda del alemán, me pidió una moneda de 25 centavos porque la de 50 no encajaba en la ranura del teléfono público. Tampoco pudo con aquellas y estaba en una especie de conmoción por no poder avisar a alguien en su casa, de la olla que dejó en la cocina encendida. A esa hora poco habría de quedar en el recipiente dado el tiempo que llevaba sobre la llama.
Al final del pasillo los llantos no habían cesado, parecían irrefrenables, mucho más porque provenían de niños. En los ojos de estos contemplé lágrimas dolorosas, los chicos expresan verdades en cada uno de sus actos, como se dice, y son incapaces de fingir en estos.
Joni me contó de su contrato venidero, las vicisitudes de su año deportivo y algo más. Yo conté de mi fosa nasal obstruida, de mis kilogramos de más, de la bicicleta y el tenis descuidados. Reímos con algunos de los que esperaban, por los números que restaban para entrar a "la foto de nuestro interior descarnado". De pronto, por una puerta salió una piba canalizada en sus venas llevando a la rastra a su madre que perdió en un encontronazo el tubo de suero. Una mucama preguntó por un señor de camisa roja que si era pariente del soldador muerto, tiré un nombre que me pareció correcto y esta siguió camino hacia la última de las piezas, epicentro del drama. Veinte metros nos separaban, digo por el grupo que me incluía, con esta situación que seguramente despertaba distintas sensaciones a cada uno. La capilla está ubicada en conexión con la salida hacia otra calle, quien va por ese camino es porque ya no regresa, pensé.
Al otro lado de la calle un gimnasio mantenía su actividad latente en busca de cuerpos sanos y resistentes. Adentro del sanatorio, el ruido de tapas y cacharros de cocina indicaba el almuerzo para los internados. Un médico habló brevemente con los deudos del fallecido y nosotros fuimos atendidos y de pronto estuvimos fuera con nuestros asuntos concluidos. No dejaba de ser un alivio poder regresar sobre los propios pies a casa. Pero no estaba tan decidido a caminar y llamé un remis por el celular a una cuadra de allí. Me dije que no había visto nada nuevo sino una página más de una historia de la que somos partículas insignificantes. Ejemplo que me sale en el afán de acentuar nuestra relativa importancia en la generalidad de lo humano. La vida no detiene su andar, frase recurrente pero lícita, y por millones se repiten momentos similares sin que podamos detener nada. No todos mueren en una guerra. Tan solo había pasado una hora. La fragilidad que nos mueve es sobrecogedora, en un segundo la vida se apaga. Ayer, los chicos con quienes entramos a este reflejo fiel, en un lugar mínimamente espacioso, tenían a su padre yaciente pero vivo. Horas después comenzaron a darse cuenta que al nacer el día siguiente, no podrían decirle hola, darle un beso de buenos días, tomar el desayuno a su lado, o esperarlo al regreso de su trabajo. (JLR)

2 comentarios:

  1. Y a éste texto llegué por el título. Las salas de espera son una obsesión también para mí: me encontré representado en la mirada que sigue las molduras, la unión del techo y la pared, el revistero lleno de reliquias.
    Pero el relato es mucho más que eso, es la crónica dolorosa y poética de la vida misma. Del no saber que hacer con el el dolor de alguien que no conocemos, de alguien que, tal vez, no volvamos a ver nunca.
    Muy bueno!

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  2. Esto fue real, absolutamente, crudo como traté de reflejarlo. En ese espacio sucedían cosas que generalmente se dejan pasar. Nosotros hablando de cualquier gansada o no,pero más allá, tan solo a 15 metros, transcurría la tristeza que describo. la vida sigue pasando y quedan atrás cuántas cosas. Lo de las molduras es así, una costumbre que arrastro de siempre, ¿tendrá algo que ver con psicólogos?

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