Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Un tipo silbando

El escriba busca laberintos que pocos transitan.
Los rastrea en el libro grande de los dulces idilios, que es un cuento de purretes, piensa, no de hadas. En las calles los domingos se arrebatan, hay olor a carne asada, perfume de gente feliz y eso basta.
Dice que el barrio obrero financia su alegría en el afán de volar un poco más arriba. Que por eso invita santos milagreros a su mesa y se encomienda a tantos Cristos como pueda. Continúa su aventura detallando sueños de una infancia que nos dura, cree que llevamos aire y gramilla en los bolsillos, un picado a cinco esquivando espinas y el pésimo humor de una vecina.
"El dibujo de una gambeta rebota en la memoria, ¿es parte del imaginario infantil o una coreografía inventada para la gloria?
Un montado arrastra la lata y sopla el silbato de ronda. Todo en orden, los tungos repican sus cascos en el pavimento. Más afuera las calles de tierra, perros trasnochados y alguna ventana sin cerrojo susurrando un amorío furtivo. Inocentadas. El barquito de papel sigue su rumbo en la rosa de los vientos, navega el mar de los recuerdos que aún no matamos. Lo llevamos en la bitácora del alma, si vale la metáfora, se confunde entre las letras que tropiezan como en una vereda floja. Pantalón cortito, camisa mareada por el sol de los veranos más hermosos. Aquél barrilete asoma a mi ventana, se hamaca de lado a lado, saluda y se endereza. Nadie mira sus colores, quiero que lo hagan, el hilo se escapa entre mis dedos, las cañas flojas y sus hilos mal atados elaboran mi congoja. La tormenta se avecina con el viento del norte. Una tuba arrastra la ronca voz de su bronce que no molesta. Su música medio tonta se cuela entre los techos bajos y los patios medianera. Antes, los ruidos de la gente no lastimaban, era posible vivir con ellos, la histeria colectiva no cuadraba y un tipo silbando no parecía loco.
El tipo silbando, tres palabras para un título de película. Me gusta silbar, todavía lo hago, y escucho a otros que lo hacen. No muchos, solo los suficientes, ¿por qué todos tendríamos que expresar públicamente esta afición?
La relación de las cosas tiene su razón, también esta blandura de mover los antiguos escritos del corazón. La melodía creada por un soplo acompasado entre los labios me suena a enlace de momentos sublimes, de hombrías puntuales, auténticas y sin reproches urbanos. Los hombres antiguos, aquí la significación con el párrafo precedente, estaban plantados con otra semilla y no aludo a espermas superiores, sino a postura, actitud o disposición de estas personas que ya no existen".
El escriba no reconoce algunos parámetros de hoy, y no tan de hoy se entiende, los acepta a medias, también a la lluvia entrometida vagamente.
Los cuentos le rondan constantes, mezclados a la bullanga zonza de antaño y a los decibeles dañosos de estos tiempos. Sabe que sigue habiendo purretes y hadas harapientas en las bancos mugrientos de una plaza, lejos de una inocencia que los perdió de vista antes de nacer, náufragos en una bolsita de aspirar.
El olor a carne asada viene de un restorán que en un tacho junta sobras de madrugada, que los hambrientos esperan entre las sombras.
Liso y llano, lo sublime está ausente o habita en el rincón de un templo puro de tímidas campanas. Los barrios cambian, mutan su rostro, expulsan a espacios inmundos, cerrados a perpetuidad con miseria, cartón y latas. No hay libros grandes ni dulces idilios, hemos perdido la fragancia, la realidad es humo y relojes baratos, una guitarra escupiendo notas pesadas al azar, una muchacha fraccionando su carne por horas. (JLR)


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