1º de febrero

Al día después de un año más, todo parece en suspenso, o en cámara lenta.
Me levanté a regañadientes y aletargado, sin ganas de nada. Lo pensaba y sobre la cama revuelta mi guitarra muda lucía desencantada junto a un pantalón arrugado. Este "cumple" no fue como otros, el saldo del exceso es mi revuelta de hoy, me pesa en los párpados que buscan el oscuro y mis huesos que intentan volver a la cama.
El día de ayer fue bueno y los afectos verdaderos estuvieron acompañándome sin mimos exagerados, con sus mensajes de texto, por teléfono o a mi mesa. Alguna máscara también sonrió su ficción sin rostro y brindé por ella para darnos otra oportunidad.
Celebro porque nada puede quitarme ese gusto perfecto que da un fragmento de felicidad que aún tengo conmigo. Las voces queridas son las palabras rodeando el tiempo, aún las que no escuché y he de llamar para no dejar espacio a un hueco en mi corazón.
El festejo de continuar con vida, y la satisfacción de lo bueno que pasó, es un cumpleaños para mi. Todo llegó con los tragos que no fingen su estado anímico, a veces lo proporcionan, nada más, y son lo que son, tienen su propio y riguroso sabor al que guardo respeto.
Me debo un descanso de fidelidad donde ellos dejarán su sitio para depurar mi metabolismo. Se que en unos cuantos días volveremos a vernos para un reencuentro en calma.
Ahora, por la tarde, dos ruedas me esperan y no esquivaré su reto. Estaré a solas un par de horas en la mágica fascinación del campo y sus caminos puros de donde recibiré ese algo más que siento me está faltando.
Los árboles, a mi paso, reirán de mi obstinación pedalera. Todos los bichos con quienes salgo a compartir el aire y los caminos, incluídos los perros que por costumbre ladran a los ciclistas, saben lo que digo, nuestro pacto sigue firme. (JLR)