Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

jueves, 14 de junio de 2007

un borrador antiguo

De un tirón enderecé la copa inversa del paraguas que el golpe de viento quiso transformar en objeto volador oscuro y pesado. La burda y espontánea descripción se me ocurrió, contrariado por la calle inoportuna y mi persona cubierta por un pilotín negro. Lo de pesado puede deducirse sin inconvenientes.
"Era densa la llovizna cuando sin premeditarlo hurgué en ella una escena para volcar en cuento. A todas luces gris, mi buen humor estaba partido al medio por no sé qué causa. Pero, el argumento que intentaba divisar entre la niebla y una luminaria de mala muerte, no aparecería ya en el trayecto de mi caminata y me daba lo mismo".
A veces intento inventar un coloquio sentado frente a este "anzuelo" fulgurante y me convenzo que no es posible. Una computadora en toda su amplitud, no trasunta el calor de una persona y su respuesta o la ocasión de ofertas que pinta una vidriera de café. La mesa de un bar en un salón con pocas almas, también tiene un trasfondo que mostrar, su tramoya de telón bajo puede contar cosas por sí mismo.
"Caminaba rápido y no tenía prisa para llegar a ninguna parte, bajé el costado del paraguas para no ver las paredes, ventanas y puertas que tantas veces he visto al paso, y seguí. Adelante, entre los árboles de la plaza, lo que seguro fue una ilusión visual, hizo emerger una enorme pantalla (de cinemascope, pensé al instante), y en su fondo de fantasía aquella mujer bonita envuelta en colores. Eran pinceladas a su alrededor semejantes al estilo de un maestro fileteador, que además ubiqué habitante de un "sucucho" cercano al riachuelo en La Boca. Bajo la melena rubia que supuse falsa, su mirada de ojos negros no tenía destinatario, expresivamente abiertos, perdidos en una lejanía para mí desconocida. No escuché el sonido de sus pasos pero vi estrellas diminutas desprenderse de las hebras doradas de su cabello. Recordé los cabaret del bajo de Baires y mis ilusiones provincianas que rompían al amanecer, como el río marrón, al borde de los muelles del Puerto Madero antiguo. Así eran, recordé, las coperas que mi sorprendida adolescencia acariciaba en el mareo secreto de un ron espeso. Bajé aún más el ala del paraguas y la imagen de la ninfa se borró, mejor dicho, ya no quise verla allí, tan erguida y esquiva como en una ronda de borrachos, hermosa y maquillada reina del Dock Sud".
La ciudad que camino no tiene estas cosas, y antes no lo conocí. Dicen los más viejos que antaño, una casa de tolerancia abría su puerta alejada del centro, donde las pupilas estaban a cubierto con su "moral de malas costumbres"; yo aún no había nacido. Dejé una líneas en suspenso mientras me reclinaba en la silla confundido y traicionado en los tiempos. Acomodé por enésima vez el almohadón que se empecinaba por llegar al suelo y estiré las piernas con placer. En el cielo raso revoloteó una mariposa al parecer recién escapada de una tela de araña con registro antiguo. Mi estómago dio señal de alerta y apuré la reflexión para salir de la cueva. En invierno no se ven las mariposas, me dije, y abrí la puerta por donde la visitante salió sin poder salvar la lluvia quasi violenta. Por un momento olvidé que llovía, pero para la mariposa fue demasiado tarde. Sus alas se desarmaron y prácticamente se evaporó delante mío. Cerré los ojos con esta realidad "cuajada" y miré hacia la mesa donde la pantalla con un guiño me pidió cerrar este borrador sin mérito. Eso fue lo que hice. (JLR)




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