Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

jueves, 13 de septiembre de 2007

epidermis

Los hombres comunes miramos el cielo.
No es una teoría científica
la adivinación de un brujo
o el extasis de una parábola religiosa.
Las sensaciones placenteras
que siempre llegan
son una fresca inyección de espiritualidad
que recibimos espontáneamente.
Disfrutamos su celeste claro y tibio
que en las tardecitas
eleva cadenciosamente multicolores parapentes.
O su rojo fuego
quizás el gris salpicado por el rumbo al naciente
de unas bandurrias negras, como hoy.
Miércoles precoz
de silencio lento recién despierto.
Silba la veleta sobre el techo
una canción de brisa abrasadora.
Y recuerdo a Luisito
con su escoba ágil recogiendo hojas
que parecían esperarlo pacientes
desde cada ayer.
Los hombres sabios
descifran lo que será un día.
Y digo todos los días
con una mirada profunda y a la vez fugaz
donde pocas veces se equivocan.
Otros
hacemos nuestro el perfume
que remueven los alados picudos
colibríes robadores de polen.
Dueños naturales de los jardines contiguos
el nuestro y mucho más de mi alma.
También
los hombres comunes
compartimos el viejo idioma
de esos extraños gallos ocultos
de pueblo titulado progresista que acepta otros olores
y no el de un gallinero que ni siquiera molesta.
Orgullosa cresta,
plumas cenizas adivino
y patas potentes entrenadas para la lucha.
Ellos sacuden mi modorra
la fiaca matinal con su enredo de sábanas
comprometedora y perniciosa gula de sueño
que se acelera pasados con holgura los cincuenta.
Los mismos bichos que para mi fortuna
repiten el mágico rito
que aún escucho y disfruto al otro lado de mi patio.
(JLR)

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