Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

jueves, 25 de octubre de 2007

Sencillos deleites provincianos


Releí el cuento como cada vez que me da la gana. El pequeño libro sigue siendo cómodo a mis manos, sencillamente simpático, manuable, incitante, si vale el término. Es de Cortázar, tipo que siempre me cayó bien, al que siento muy cercano por sus letras, y aún me da pudor decir que sus afinidades me son comunes. Lo confieso dando el peso justo a esta apreciación.
Es temprano y las moscas no danzan su orgía de verano. El viento inusual de fin de noviembre me dice que la lluvia de ayer montó esta escena agradable. La infusión criolla y algo que la acompañe, saben a manjares en la mañana. Gusto costumbrista del interior sillón por medio, césped recortado, no reloj, no obligaciones funcionales, domingo de ablande, de sentir el entorno ambiente manso como arcilla. Un bocado, un trozo de lectura, unos mates entre dulces y amargos, la mente insubordinada a cualquier despropósito que intente sacarme de esta paz. El barrio apenas despierta, mi pequeño parque es una isla, y cuando está en silencio, me hace un hombre feliz (no entiendo por qué aclaro lo de “hombre”). Un crío “berrea” quedamente, su sonido escapa entre los resquicios de la ventana de su casa, no me interesa pero me desconcentra, tampoco sé de qué. En la mesa del comedor quedó el Adán de Leopoldo y las notas de Mallea aguantan sobre la madera despintada del banco cerca mío, junto al tarro de las tostadas, la cuchara de la mermelada que no destapé, un bollo de papel de envolver, la radio de bolsillo que no encendí y un diario de algún día que no alcanzaré a leer tampoco hoy. Las ventanas siguen dormidas y no reflejan nada, seguro no es su obligación y es la mejor hora del día, donde se vuelve a la vida, donde dejamos atrás el ensayo de estar muerto, dormir, dos placeres geniales, momentos diferentes, estar despierto recién "desdormido", vale la expresión que no es santa ni de colección. Abrir los párpados y recordar ocasionalmente algo de la oscuridad del sueño, o no recordar nada. Las hojas verdiblancas del árbol aún enano, me roza la nariz, sensaciones de mi “jungla” personal, de nuestra jungla conjunta, Martha no regresó del oficio dominical, yo sigo en falta, pero escribir mis divagues sin tiempo ni medida me reconforta esta pérdida. No la de Dios, él anda por aquí mirando de reojo mi media lengua que dejo borroneada en una página suelta. Se que es así, como que también está al lado de aquella muchacha en peligro, de quien me contaron ayer de su drama. La ciencia la entregó a Dios en el punto donde siente que su sabiduría no sirve ya para nada, donde los libros de la contaduría médica se quedan con el dinero de los dolientes más allá del desenlace. Cuánta desesperación habrá en tantas ciudades y pueblos del mundo en este mismo instante. Me hace hablar la tranquilidad y el color de mi espacio (dije que es verde), salpicado de ladrillos puestos en “forma de casa”, miro la verticalidad acertada de la chimenea para la que no usé plomada, solo cuchara, mezcla y audacia. Mi propia parcela de gozo, este rincón, que de la misma forma sienten nuestros perros, echados con sus vientres al fresco del cemento aliviado. La escultura del jardinero con su cántaro al hombro, las gotas del cielo que regresan. Hoy quiero que llueva mansamente, sin dañar a nadie, es una excusa para quedarme en casa, disfrutando las delicias alcanzables de mi clase media “tironeada” hacia abajo. Sencillos deleites de familia, malestares incluidos, mis paredes, triunfos míos, que es decir nuestros, repito la presencia de Martha, siempre atenta a los detalles que yo no percibo. Las mujeres son seres maravillosos para tipos desordenados como yo, que no podrían vivir en soledad, con ausencia de cariño, por el caos que generarían a su alrededor al no tener la lucidez de alguien que arregla las cosas para quienes ama. El zinc de los techos suena, el tintineo de las gotas es monocorde, se hace más sonoro, insiste con instalarse por aquí este domingo, ya dije también que lo deseo. Escuchar la caída del agua por las canaletas, mirar el simulacro de vertiente que baja vertiginoso desde el fondo de casa hasta el río caudaloso al borde de la vereda, para llegar poco más tarde al océano profundo del centro de la ciudad…que seguro se inundará otra vez..

3 comentarios:

  1. Hola José Luis!!!
    Soy Calle Melancolía. Quería agradecerte infinitamente por visitar mi blog, por leer lo que escribo, por dejar tus comentarios, me gustaron mucho. Sí, me encantaría que cuando puedas me mandes lo que tenés de nuestro querido Che, voy a leerlo con gusto.
    También agradezco tus buenas palabras sobre mis poesías, siempre son un mimo al alma y un empujón a seguir escribiendo, al saber que podemos llegar a personas que no conocemos y remover algo, aunque sea un poquito, en su corazón.
    No te escribí antes porque estuve sin Internet varios días, y no habia leído los comentarios del blog hasta hoy.
    Esta noche con tiempo, el que amerita toda buena lectura, voy a recorrer, ahora, tu blog. Me despido, hasta la próxima, y una vez más, gracias! Espero tus textos del che!!!

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  2. Hmmm,Bastante interesante el post...Estuvo bueno...Recién leo tu mensaje y nada, simplemente estuve en otras cosas hasta que me acordé que era escritor.Ahora trato de ponerme al día y recuperar la calidad de escritura que tenía de niño.Ojala te animes a volver,mientras iré promocionando tu blog,mucha suerte,adiós.

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  3. José, es uno de los mejores textos que he leído tuyos, quizás sea por que en este momento yo también estoy sola y a la vez acompañada por el sonido de la lluvia, de vez en cuando me asomo y miro mis árboles limpios y verdes. El otoño se ha instalado definitivamente...
    Un saludo
    MJ

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