Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

jueves, 19 de agosto de 2010

Nadie es una lata vacía

Me veo niño tirado panza arriba en el campito cerca de mi abuelo. Está limpio y no tiene basura, solo algunas ortigas. El globo de color indefinido viene cayendo lentamente como si fuera un paracaídas con sus hilos enredados. Trae retazos del cielo consigo, me digo, como si fuera una nave de Dios hasta que caiga y se convierta en un libro olvidado en el pasillo. Tal vez será una mariposa de alas rotas o una congregación de hormigas, o mi primo dibujando pentágonos y agujeros en el rostro de los bandidos de sus revistas mejicanas. Recojo pensamientos que son migajas en el pozo seco de mis bolsillos. Creo tontamente que el té es la misma infusión a cualquier hora y tendrá las mismas hojas e idéntico color, y nunca cambiará su sabor más allá de la taza donde se tome. Me sorprende el sol con las perlas chispeantes de una alegría extraña y la forma de una silueta que es del futuro y no de este pasado en que me encuentro. Arrugo las páginas que no están conmigo, no he de llevarlas en mi saco de fiesta y de domingo, ni tampoco en el bolsillo de atrás del pantalón cortito de jugar en la tierra. Dejo correr la arena entre mis dedos mientras un gato me observa desde su atalaya de ladrillos, madreselvas y una corona de vidrios para que los chicos no saltemos a robar mandarinas. “Don Dueño” no adivina que debajo de él pasa un río ni que el paisaje alrededor suyo y mío, es un “puzzle”. El absurdo se ríe de mi lana y mis pestañas heladas, acelero el verano, soy un camino de montaña, un beso de felinos que no saben de sentimientos muertos ni extraviados profetas. La copa estaba hasta el borde de poesía y yo ahogado en prosas, llevo apretado el pecho de melancolías, de amor, ilusión y fantasías, tesoros caros prestados de la vida que no exige devolución. Nadie es una lata vacía y siempre se puede volcar algo del misterio interno. Nuestras semillas no son tan distintas y dicen que todas valen igual. La del que ostenta su castillo de cristal envilecido y la de quien asoma su corazón desde una villa fantasma con intestinos a cielo abierto. La imagen borrosa de un diario naufraga hacia la boca de tormenta y en su pasaje de letras lleva lo que quiere hacerte creer y una lista de pasajeros repetida en cualquier cuento. Nombrarlos sería redundante por que cada cual sabe a quien pondría en la cubierta alta del barco, en la del medio y en la más baja. En mi adolescencia conocí las sentinas donde viajan las ratas. No se nada de nada y en mi visión celeste solo hay pájaros y sonidos que elijo con disciplina infantil. Únicos y eternos hasta que muera, el silbido de mi viejo, el ruido de la ollas de mamá, el chasquido de los libros de mis hermanos estudiando, la pelota rebotando en mis orejas sucias de tierra al terminar los juegos. Los gritos de mi tía por sus plantas rotas, los flecos zumbantes de mi barrilete, el baldazo de agua en la vereda de una vecina para ahuyentar nuestras figuritas y las broncas por una “mal tapada”. Las estrellas son más complicadas pero intensamente bellas, y allí estábamos cuando la perra “Laika” pasaba por el cielo de mi barrio y nadie hablaba de guerra fría ni era nuclear. Solo jugábamos a descubrir satélites, mirábamos la pequeña porción del mundo que nuestros ojos podían sin preguntar si era justo o despiadado, si había héroes o villanos. De eso aprendimos en el catecismo y muy mal después en el cine. Desde aquella estación partimos y vamos llegando a destino según horario y boleto. En el portaequipaje van amontonados incontables cantidad de sueños, entre ellos mi mochila con las utopías que alimentan la antigua y cotidiana aventura de vivir. (José López Romero)

1 comentario:

  1. Tienes un aroma a nostalgia que invita a viajar...

    Todo el texto para leer varias veces, por ahora, me quedo con esto:
    Nadie es una lata vacía y siempre se puede volcar algo del misterio interno.

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