Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

sábado, 7 de enero de 2012

palabras que mueren al crepúsculo

El mensaje no tenía un tono intelectual afortunado y la pretendida majestuosidad de sus líneas se evaporó ante la vista de sus destinatarios.

Su lenguaje no era indigno, pero al leerlo, del encanto misterioso que dejaba entrever su texto solo quedaba oscuridad.

Un caminante tropezó en su andar con una de estas cartas que había sido desechada sin cuidado, y a la sombra del primer árbol en su rumbo delante, se dispuso a satisfacer su curiosidad apenas exaltada.

Las motivaciones de su espíritu no pasaban de las causas elementales aprendidas del sonido de las botas sobre las piedras, de los ríos y el mar henchido de olas acariciantes para las barcas aventureras de velas sedientas, de donde bebía la sal y el despertar de lo profundo.

Los trenes y su mística de rieles y andenes, de equipajes y pañuelos, de abrazos, distancia o reencuentro, impregnaban su corazón que no pedía más y agradecía. Solía pensar en voz alta y rodeaba sus dichos con palabras claras dedicadas al silencio del alma, creía en el reposo de los poetas.

“Esto me basta para comprender y elevar mis necesidades – argumentaba – la vida parece un jeroglífico pero todo pasa correlativamente y simple pese a la visión complicada de los pensadores exageradamente eruditos; el mal y el bien, verdad y mentira, sordidez o belleza, amor, odios y cosas así, como se entiende”.

Aquella carta supuestamente esclarecida, de puertas adentro y migajas en la mente, quedó allí donde el hombre la encontró. Sus propias conclusiones no quisieron avanzar más allá del gemido de un perro desprotegido, del llanto de una flor o el humo de una chimenea exhalando olores del mediodía. Dios no confunde, sentenció luego de beber generosamente un sorbo de agua recogida en la lluvia de la víspera.

Cuando caía el sol en su rutina inmemorial, continuó como cada uno de sus días sembrando imperceptibles huellas tal cual la costumbre de cualquier pueblo sin tiranos ni ególatras.

Texto y gráfica de José López Romero

1 comentario:

  1. Hola Jose , soy Julia, venia a darte las gracias por la ternura de tu comentario y me encuentro con in ser excepcional . Me encanta tu forma de escribir. Precioso. Besos de luz y paz.

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...