Como el mar deja sus huellas en la arena, la discriminación lo hace con las personas.
El que daña no percibe que su alma se oscurece sin remedio, aunque los halagos terrenales le prodiguen sus caricias.
La espada del egoísmo siempre encuentra víctimas en todas sus expresiones y no retrocede ante las razones humanas más elementales.
Por eso la diversidad tiene muros y rótulos dolorosos que podrían abofetearnos en instantes, gordo, homosexual, negro, judío, comunista, rengo, villero, prostituta, mongólico, solo algunos adjetivos denigrantes que todos conocemos.
En ocasiones las murallas de la separación son derribadas y aparentan desaparecer pero, siempre hay arquitectos y manos presurosas para volver a levantarlos.
Esos ladrillos y esas manos están en la lengua de quienes no necesitan a los demás, ni aceptan ser reconocidos cual hermanos, los mismos que regresarán una y otra vez para renegar de las actitudes y los derechos individuales en cualquiera de sus formas, calificando a los diferentes como parias de la especie.
Al comenzar el día, las piedras están sobre la mesa y esperan que les pongas nombre. Junto a ellas descansa sin presiones, la decisión con que salir a la calle, que es absolutamente nuestra. Feliz jornada.
texto y fotografía de José López Romero
Querido Corazón Urbano
ResponderEliminarGracias por tu paso y tu huella siempre amable y que reconforta saber que me has visitado.
Te sido en mi Reader siempre aunque nunca te comente que tus letras siempre dejan una reflexión.
Un gran abrazo.