lunes, 23 de septiembre de 2013
apenas un cuento
El piso estaba encerado y el muerto tan tieso como grotesco.
Las dos mujeres tomadas fuertemente de sus manos miraron con recelo los uniformados portando fusiles relucientes, sin barro de trincheras.
Los dedos apretados en los bolsillos, ocultaban el nerviosismo del hombre moreno, algo había en el ambiente que presagiaba más muertes.
El barbero siguió con su rutina y palpó algo en su cintura al tiempo que sonaron tres disparos.
Ruidos de botas inundaron las cercanías y un cura que bendijo la boca del fusil que lo mataría, cayó con sus brazos en cruz, modelando con su carne el martirio de Jesús.
Los habitantes del pueblo estaban en su casa, subieron el volumen de la tele, se enterarían de las noticias al otro día, a la hora del café y de una congoja desapercibida, urgidos de borrar de la mente el nunca más de una vida desconocida o no.
Las puertas permanecieron cerradas y también los corazones fríos de quienes suelen protegerse por encima del dolor de otros, aunque vivan en su misma calle.
Las señoras de la misa de siete serían puntuales otra vez y olerían la pólvora todavía en el aire. Las olas no dejaron de golpear las riberas, y muchos saldrían a mirar vidrieras y ocuparían las mesas de los bares de moda.
Las lluvias nunca son las mismas aunque lo aparenten, ni las lágrimas o el brillo del sol.
Habrá, como es costumbre, quienes digan frases hechas sobre una trágica comedia, más allá que no se trate de una ficción, sino del pecho atravesado por un carnicero feroz.
(Imagen y texto de JLR)
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