Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

jueves, 6 de septiembre de 2007

attatico

El tipo aseguraba que aquél compositor no era sordo. Que esas eran patrañas para acrecentar su fama, que lo halló escrito en alguna parte y que tal revelación pondría a revisar otras mentiras dadas por verdaderas. Y bueno, qué podía decir yo, si de tales revisiones que dan vuelta lo viejo aprendido y archi conocido, hay material que abunda.
El final de un hombre justo es un sueño felíz, una canción que enjoya su interior.
Una estación desierta, sin valijas ni besos de amor.
Ojos que buscan el equipaje del corazón, un mensaje desesperado, un réquiem a las rosas muertas.
Qué podía significar que descubriera la capacidad auditiva de alguien que no tuve a mi lado. Hay gente que se ocupa con ahínco de cosas que no le pertenecen, porque la distancia y el tiempo quitan derechos infundados. Si con eso mejorasen el mundo o al menos sus vidas, tendría valor su preocupación. Saber que hay personas se agrupan para tratar la problemática aborígen y luego no arreglan los derechos nativos, me digo, se hubieran quedado en su casa. Nada de eso sirve si los damnificados siguen tan dañados como al principio de sus males que llevan cientos de años.
El tren silbó en clave de adiós y subí por su escalera. Un quiosquero me había contado un deseo que no entendí. Aquél soldado me recordó días juveniles desbordantes de aventuras peligrosas y una carta sin contestación. Y vuelvo al iluso que descreía de la sordera de Beethoven. Estas conexiones se asemejan y son patéticas, nada que pueda servir, ni siquiera los minutos que llevo tratando de hilvanar esta tontera. (JLR)
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