Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

la última rapsodia

Loro apuró sus pasos alejándose del restorán donde no había pagado la cuenta. Eso lo dejó satisfecho por haber saldado una rebeldía antigua que se debía. Caminó sin detenerse como lo hacen los que huyen, mirando de reojo hacia atrás de tanto en tanto. No le quedó un remordimiento espeso y esa noche tocó el piano hasta tarde. Se rió de sí mismo mientras observaba la botella vacía. Su garganta era un fandango pestilente, como su estómago y su cabeza que punzaba a punto de estallar. El teléfono llamó para nadie temprano en la mañana porque Loro ya no estaba en la casa. Sonaba en su mente la rapsodia que no pudo coordinar en el teclado y lo dejó contrariado. Poco más tarde volaba en su parapente y solo miraba el cielo, inmenso se dijo, detallando una obviedad estúpida. Lo que había debajo ya no interesaba, todo lo que quería resguardar lo tenía consigo y en eso pensaba, suspendido de los hilos de nilon de su ala transparente, flotaba con placidez aunque sufría, lejos del inmutable suelo. Unas lágrimas le enfriaron las mejillas y de pronto la soledad extrema le apretó el pecho. Estaba colgado del cielo. Una racha lo elevó hasta el punto que su respiración se entrecortó. Miles de imágenes pasaron por su cabeza agregándole vértigo. Tocó su bolsillo y sintió el bulto de su cortaplumas. Poco después los sostenes del ala quedaron sueltos y el descenso tuvo rumbo final. No miró hacia abajo y su vista quedó prendida al infinito. (JLR)

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