Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

lunes, 15 de octubre de 2007

luces rotas

"No tengo ganas de escribir un comentario triste” - se dijo el viejo recogedor de historias – “esta noche no paro de pensar” – caviló aún mientras subía a un taxi libre. Se acomodó en el asiento como si fuera a quedarse apoltronado hasta la eternidad, su ánimo ya no era el de otros tiempos y detrás habían quedado innumerables veladas de box que desmenuzaba en las madrugadas para el pasquín donde se fue anquilosando lentamente – “gran puta, cuánta mierda junta” – masculló entrecerrando los párpados que apenas podía sostener.
“Podría contabilizar cada gota de sudor o sangre que vi caer de cada desgraciado sin nombre, a los que desgraciadamente recuerdo sin poder borrarlos de mi cabeza. Siempre estuve demasiado cerca de la acción, todo se me fue pegando”. Y era así, nadie podría reprocharle lo contrario después de haber dedicado tantas noches al llamado “arte” de los puños. Tugurios donde se escuchara ruido de guantes y soga en la tarima, hablando de entrenamientos, ahí estaba. Con las preguntas de rigor y de las más íntimas, con su libreta para recoger apuntes o algún cacharro para grabar a cuanto aspirante a campeón se le cruzara. Muchas veces sacaba fotos que ni siquiera le publicaban. Pero sus crónicas no pasaban desapercibidas, en cierta medida eran esperadas. Tenía una forma distinta de contar lo sucedido en algo tan repetitivo como lanzar y esquivar golpes. Los héroes tipo Locche, limpios e inspirados ya no son frecuentes entre las sogas, esa época se terminó – decía – ahora todo pasa por la masacre y la destrucción, cuestiones de mercado, los exquisitos se acabaron. En las apreciaciones radicaba su secreto a la hora de aporrear la máquina en la redacción y esto le daba un orgullo melancólico, que nunca le resultaría redituable en metálico, pero para su ego doméstico ser como era bastaba. La afición espera noches cruentas, porque sino no es boxeo, es así mi amigo. El clamoreo de la leonera pide siempre una víctima en nombre del deporte. El ambiente cargado de humo, morbosidad y otros “chiches” que subsisten en el box son la sal del espectáculo que se empobrece si falta la sangre. “Ah, la sangre. No creo que el “Nono” Ríos pueda decir que la catarata de trompadas que recibió esta noche, venían en nombre del arte. Le aparecían de arriba, de abajo y los costados. Su esqueleto tiene más “mamporros” asimilados que caricias de su mujer. Pobres tipos, siempre esperando la gran pelea, la bolsa que los salve y esa maravilla superlujosa que le toca a pocos. Los de afuera, los que están abajo y no arriesgan la trompa y salen sanitos, suelen llevarse el toco grueso. Tienen su argumento para convencer a su materia prima, a su carne de cañón. “Usted es un trabajador del ring” – le dijeron al cabo de su cuarta derrota consecutiva al “Nono”, pobrecito. Es claro, se necesitan peldaños para los que pintan con perspectiva de posibles campeones, ese algo más que conviene a los promotores. Ahí es donde entran los “probadores”, y la vida que llevan peleando por migajas y la nada no le importa a nadie. De ellos hablo, por ellos me conduelo.
Cuando quiso colgar los guantes su entrenador y manager lo convenció de estar tomando una decisión prematura. “Todavía estás verde, te falta fogueo, ¿creés que yo sería capáz de mentirte querido? ”. Estas palabras fueron la Biblia para el “Nono” Ríos que agachó la cabeza y siguió entrenando su cuerpo y su mente para seguir recibiendo castigo. “A veces no puedo cambiar el aire” – descargaba su culpa de cara abollada mientras tragaba un sorbo de agua, le ponían vaselina, recibía un “vademecum” que no entendía y nuevamente a mascar el bucal hasta la nueva campana,..
El “tacho” dejó al viejo escriba en la puerta de su casa, pero no entró. Necesitaba respire puro, desalojar resentimientos achacosos de su sesera; saludó a un cartonero amigo que preparaba su carga de pobreza en un transporte de miseria y caminó. La noche apretaba con un frío egoísta, impiadoso al borde de la desesperación. “Las luces del último bar de Baires” - dijo mirando el rectángulo que reflejaba una pareja aburrida que no intentaba siquiera fingir una apuesta amorosa. El patrón estaba acodado al mostrador mirando un conflicto cualquiera en la tele. La “Express” resopló para su café antes que estuviera sentado. Estiró las piernas y respiró hondo, intentando esquivar para sus pulmones la conocida y cargada atmósfera del local. Hacía unos meses que el tabaco no lo acompañaba, salvo la saña residual de tantos años de fumata. “Que estupidez la humana, siempre adosándose lo peor para el pellejo” - murmuró entre dientes mientras descargaba de su abrigo el apuntador y unos boletos arrugados. “Qué puedo decir de este despropósito que vi entre las sogas. No hubo nada que valiera la pena, y tanta “propina” al pedo para estos infelices. Ni siquiera los que ganaron tendrán posibilidades futuras, son paquetes que sirven para que alguien haga unos pesos, de vivos está lleno el mundo. Y bueno, qué voy a descubrir ahora, la cloaca no ha sido distinta ni cambiará en esta existencia. Salame que soy, de donde podría cambiar lo que hay, la posta es así, con ganadores y perdedores, arriba y abajo, boludos y bacanes de uñas afiladas”. (Continuará) (JLR)

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