Escribo sin saber para donde voy aunque tengo el rumbo clavado entre ceja y ceja. Recuerdo las palabras de una amiga, en un día prolífico donde reviví algunas cosas dormidas. Había guitarras sonando y voces que cantaban o hablaban. Pasos apurados, ruido de bandejas y platos, copas besándose en brindis, el olor de la cerveza y la comida del lugar que invadía hasta las ideas, exagero, fue una buena noche, entendiéndonos. Luchy dijo, no te enojes nunca, deja que se calme el asunto, no vale la pena ponerse mal, la vida es linda y es mejor no perturbarse gratuitamente.
Ayer supe que un mismo
idioma no alcanza para confluir en el pensamiento, y que hay propósitos
nefastos en el aire, y estados confusos sin arreglo.
Unos entienden el mensaje de
la vida de una forma, a la vez que miles o millones de interpretaciones entrechocan, las cifras no
importan.
No sé cómo encausar esta
reflexión tardía, digo por mi edad transcurrida. Tengo un tropel de emociones
que atropellan, parecen corceles desbocados que no puedo frenar. Se me ocurren
unas oraciones o simplemente mirar hacia el cielo, para darle verdadera dimensión
a esta guerra de hormigas en el planeta, y que no cede en mi cabeza.
No puedo juntar el amor con
la muerte, los “remiendos” para las heridas de bala, no son un plato de comida
o dinero, ni significan una razón humanitaria.
Las fronteras están en la
mente, y se alimentan despaciosamente con el argumento de los cretinos. No
regalen armas a los niños en Navidad, no los vistan con ropa de combate, ni
rieguen su curiosidad con egoísmo, digámosle qué se siente al compartir y
tender un abrazo incondicional.
Algo ha pasado por esta mesa
y el teclado que me deja decir. No sé si estoy más tranquilo, pero me ha
servido para pensar unos minutos, y reafirmar mi convicción de que matar no da
dividendos altruistas en nombre de nada, y siempre hay un interés en el medio,
el revisionismo histórico es implacable.
Si acunamos niños con manos
impregnadas de pólvora, mañana buscarán una pistola guardada en el ropero, o lo
que es peor, en un cofre adornado expuesto en el living.
Los inocentes muertos no
tienen ideología, raza ni credo, solo son inocentes.
Mi deletreo es elemental, y
parafraseo al viejo Dylan diciendo, “basta de hablar porque es como soplar en
el viento”.
(José
López Romero)
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