Los cuadros, las fotos, todos los objetos que son posibles en una pared,
estaban entronizados con su gracia histórica, como me gusta imaginar.
Alguien hablaba de poesía, de revoluciones inconclusas y escritores perseguidos.
Mis pensamientos volaban huérfanos de sintaxis o simplemente marchaban silenciosos en fila de uno en fondo, evitando obstáculos al paso, agachados por sus mochilas exageradas.
Mezclar los tiempos es un recurso lícito que radica en la necesidad de ensamblar lo presente con aquello que ya no es tangible, por eso percibo líneas de sol en la memoria.
La harina tostada , su aroma, no encontró barreras ni lógica que la encubriera en esta trama. Idealizado, el trigo fue encontrando su tono, invadiendo cada rincón que encontró a su paso.
Treinta días de ancho mar, incontables millas de comida escasa y restricciones, me dieron estas letras desacomodadas, tal vez inconexas y de extraño sentido, pero algo así ha sido siempre mi vida, por lo tanto nada debe ser corregido.
Las frases fueron estirándose con actitudes somnolientas, de modo casi trágico, como cuando una puerta se cierra y no puedes abrirla, salvo que tengas suficiente osadía para trepar por sobre un muro y remediar el asunto con decoro y sin testigos a la vista.
Alguien está con uno siempre, aunque no lleguemos al final de la prosa,
está escrito, así lo dicen, y también recae para esta sentencia de ropaje demente.
La soledad no es un tránsito sin temores, ni la calle alimenta una aventura de guardar.
Igual, un ruego se ahoga en el aire si no lleva la fotografía de tu alma,
la luz que señala una cruz de agua y luna, que será besada por los labios del viento, .
Gráfica y texto de José López Romero
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