Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

viernes, 21 de junio de 2013

somos hojas

Sobre la mesa, la caja de los hilos era apenas una hoja arrojada entre otras de distintas ramas. No diferíamos de esta presunción el televisor con una película de triste corte, las líneas intermitentes que mi mano y un bolígrafo dibujaban, ni la compañía del pequeño can cruza perro que dormitaba en el canasto de mimbre debajo del mueble marrón con más hojas pésimamente  apiladas.
El atardecer se iba metiendo en la casa y poco después sería noche cerrada. Es obvio decirlo pero me sirve para viajar con exagerada libertad por mi pésimo delirio, hasta la nube y  oscuridad de un paisaje lejano al tiempo de hoy que cuento. 
Terminada la función salíamos del cine de la isla los grumetes asignados tal día para ver una película de la cual no conservo nombre ni acciones. Otra hoja arrastrada por el viento del olvido, me digo, y nada hubiera pintado de especial esta anécdota, y que no lo es más allá de mi persona, si la urgencia por orinar del contingente casi completo no nos hubiese topado de frente con los faros del jeep del jefe militar y sus hijas a bordo.
Siempre tenemos hojas desparramadas sin control, no es casualidad que suceda, la vida es un mundo de árboles cargados de ellas, y es muy bello saberlo mal que nos pese.
Me quito las gafas para no ver con claridad humana estas palabras, ni los rincones de mis pensamientos que siguen guardados. 
Nadie es justo consigo mismo ni tiene la decencia absoluta del alba, pensé en un revuelo sin señales mientras ubicaba el teléfono en su sito de esperar llamadas, el mueble de las mil hojas, aplastado en su noble existencia de antiguo morador de bosques arrasados.
La pelota celeste rodó movida por mi patada leve y sucesivos rebotes la llevaron detrás de la mesa para quedar sumisa y en silencio, algo común a los esféricos populares y mansos. 
Un domingo agonizante acomodándose para lunes me mostraba la pegajosa tranquilidad conque revestimos los fines de semana o esos días que consideramos especiales. 
Miles de hojas son también mis queridas fotografías de papel, con las voces selladas en sus imágenes que quiero preservar hasta la última palabra, ellas hablan como lo hacen las hojas. 
No sé cuando será el epílogo de mis energías, ni espero tal oportunidad, pero sin dudas asumo que indefectiblemente el jardinero juntará cuando corresponda lo que deba y que no tenga ya un sitio adecuado en los espacios vitales. 
El vendrá para dejar explícito el tiempo de cada cosa, de todo espíritu, sin misterios personales para engordar orgullos ni morrales. Tenemos vibraciones para sentirnos diferentes    a otras vidas pero poco vale magnificar glorias efímeras, cuando al final de cuentas no somos más que esas hojas que se asoman al barranco de una ocre pasión para caer unas tras otras.
                                                                 
                                                                              Gráfica y texto de José López Romero


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