Los pasos dejan huellas
sobre las hojas,
Igual que la tarde cayendo
hacia su costado profundo.
Trato de entender las miradas
que encuentro recorriendo calles, amando la naturaleza heredada, las paredes
donde todo sucede y cuentan historias.
Levanto mi mano
instintivamente, porque un saludo es igual en todo tiempo.
En los pueblos queridos es
así, aunque algo nos conmueva de tanto en tanto.
Lo simple no es tonto, y discurro
que la palabra suena con su significado de manual demoníaco, con que se
estigmatiza a los que no levantan la voz y colorean el alma para no extraviar
el sentido de la vida.
Siento que no todos huyen de
su espíritu amplio, generoso y sin preámbulos falsos, y que tales ideas no
transigen y es difícil derrotarlas.
Son demasiados retos para
los seres austeros y carentes de malas artes, que recomponen el vuelo sin caer, aún con sus alas
heridas.
Un día, su sangre al fin será
calificada buena o justa y tendrá titulares interesados, donde escribirán los
negadores históricos que no serán leídos.
El amor de lo verdadero inundará
los barrios altos y bajos cual si fuera música, verde mar, río marrón, acero,
fábrica y obrero, patrón honesto, árbol, trigo, campesino, paloma, jilguero y gorrión.
Las mejores letras ratificarán
que un digno propósito hace y hará camino, que sobrepasa fronteras en las cabezas libres, que
el silencio no es pesaroso cuando acompaña al pecho franco y sin traiciones,
que estalla y canta.
Texto y gráfica de José López Romero
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