Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

jueves, 17 de mayo de 2007

cambiador de colores

Es común para los que vivimos en pueblos chicos, acumular utopías, o una de tanto en tanto. Las fantasías nos inundan aunque sin pasar en cercanía de las ambiciones materiales más comunes. Nuestras manifestaciones son carátulas vistas de reojo, y muchas veces desestimadas al no tener un rótulo que "huela" a fama, aceptación política o "copete" de cosa lograda. Parecen en su generalidad contraria a los modelos o tiradas de los pelos por su osadía. No negamos la búsqueda de trascendencia, pero lo hacemos inocentemente, pensando que a la vida aún podemos transformarla. Salimos a la calle con una ilusión que no es verbo determinante, pero tampoco un homenaje al egoísmo recalcitrante. Queremos acercarnos a los demás, mostrar nuestros pensamientos para que la realidad no nos pase gratuitamente, su cuenta de cinismo inapelable. Somos parte de una reserva oculta que no disfruta una sociedad que gusta alimentarse en el brillo y las palabras altisonantes, por más que fueren mentirosas. Imaginé un pintor de pinceles gruesos coloreando las fachadas de un nuevo tiempo, sonriendo a los caminantes desde su escalera mágica, ataviado con un gorro de papel de diario atravesado en su cabeza, como el gusto militar de Napoleón. Quienes no crean posible cambiar lo que tenemos al alcance, ya han comenzado a evaporarse del mundo de los vivos. (PCL)

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