Los ángeles muertos y los viejos cuerdos son hilos de viento y azules de cielo. La magia que veo, el sol que yo quiero, los besos sin precio, mi alma y documento.

lunes, 11 de febrero de 2013

sin tono


La línea estaba definitivamente muda. Dejé que tal contrariedad pasara y no di mas vueltas al asunto. No valía la pena una llamada perdida y para colmo de infortunio, sin crédito en el celular, marchito y frío en el bolsillo (me río). 
El episodio me trajo a la mente el tiempo de las frecuencias epistolares, el viejo correo, las cartas, el papel y un texto ensobrado que llegaba en la bolsa y al grito de, ¡cartero!, al menos así era en mi pueblo.
No sé qué tan lejos quedó este recuerdo, aunque el servicio exista aún, pero sin el trato coloquial de aquellos señores vestidos de uniforme y gorra, que muchos conocimos y extrañamos todavía. 
Mirando alrededor tropecé mis ojos con una pila de cuadernos, y tuve la curiosidad de preguntarme qué será, de los escritos que duermen en ellos mis fantasías de distintos tiempos. Aclaro que pensaba en ese día que nunca se sabe, podría ser el último de la vida, mejor dicho, de la mía. Elegí al azar uno de los cuadernillos, un América de tapas rojas con espiral, con mis acostumbradas citas asentadas en cualquier lugar, y recorrí la cruel caligrafía de signos azules plasmados por un bolígrafo mal usado.
"Tallos de una soledad intermitente, salpicadas de pequeñas gotas, chispeando su espíritu con milimétricas gotas de felicidad, porque a veces la lluvia viene en un envase que nos alegra", decía un párrafo inacabado. Otro me dejó confundido por su letra poco legible que con buena voluntad pude entender a medias; "Las llamas hirieron la fotografía, lamieron el rostro de la muchacha luego de ultrajar su vestido de fiesta. Era el hoyo de una guerra que nadie vivió, el río era de sangre y las cuerdas del violinista subieron al cielo con sus notas transparentes. Es el mismo cielo que contempla de igual modo las batallas y los placeres de una cama, el dolor de un parto, idiotez y locura, la inteligencia temerosa y mezquina que no se rebela. 
La paloma se desprendió de su símbolo junto al olivo, seguía, herida en su sonrisa transformada en mueca, que dibujó con el resto de sus alas humeantes y desgajadas, un vuelo sin adiós hacia el nunca más.
Era hora de fantasmas y el gallo cantó una nueva madrugada. La lluvia preñaba los cristales y  regaba con notas de piano el libro santo olvidado. Los pájaros errantes no pudieron espantar algunos regresos, había caminantes llegando a la aldea. Alguien levantó un papel  sucio leyéndolo con unción, el día nos visita otra vez, dijo, tal vez Dios, o la muerte, que presiento estará arropándose en el arcón del invierno ya gastado". 
No quise encontrar el significado que yo mismo me pedía de lo que había leído, supongo que no vale jugar de atrás con lo que la mente deja entrever a su manera. 
Alguien podrá explicar lo que yo no puedo ni quiero, y digo que, en semejanza con las pinturas abstractas, salvando distancias, es igual cuando miro y disfruto un intento humano, sin alcanzar a vislumbrar en su plenitud lo que su creador atribuye a la construcción. Fin.                                                                                                                   

                                                                                   Es imagen y texto de José López Romero

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