Los círculos del día aprietan la luz y sus formas.
La casona de ladrillos desnudos, antigua y sin vergüenzas me mira al pasar, recostada sobre sus verdes naturales y el viento de un molino intacto y vital.
No molesto a nadie con el ruido leve y diverso de mis ruedas que me alegran.
Es la hora de la siesta y los moradores con sus horarios de campo descansan.
Afuera es lo propio de cada día, los habitantes de los árboles hacen su rutina como los animales desenrrollan la estrechéz del corral y el aroma particular de su lugar.
Cada cosa está en su sitio y lo sencillo del paisaje me ilumina la razón, todo es armonía que no podría desagradar jamás y reverencio por lo que trasunta.
Mi pequeña crónica despierta en estos recodos de la vida, donde volver por las huellas es dibujar la mañana o el crepúsculo del sentimiento que alimenta y fortalece.
Pedaleo en soledad o apenas acompañado por mi propia sombra a la que no puedo dejar atrás. Su fidelidad abstracta me sigue y yo repito senderos y campos que cambian una y otra vez, pero siempre están, aunque un día yo, ya no regrese por este horizonte.
Gráfica y texto de José López Romero
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