ana cuenta

Mientras trataba de pensar algo distinto a un domingo común, jugué instintivamente a ensuciarme la yema de los dedos con tinta y grabar mis huellas en una carpeta de tapas marrones espiraladas donde suelo esconder mis apuntes rebeldes. Me sentí un fugitivo de cartón. Ana cuenta a Kitty que sus amigos son llevados en trenes como si fueran animales, a lugares de donde es difícil escapar. Regresé por las vías de la memoria a su morada de la calle oculta, a su mundo de silencio, pan duro, privaciones y oscuro, para comprender y no olvidar los rasgos crueles de los tantos infiernos en la tierra. A mi costado la mirada entrañable de Ernesto observaba desde un llavero de motocicleta, donde mi Night Hawk negra sigue esperando vientos, cielos abiertos, praderas, caminos desconocidos, amigos casuales, tal vez una nueva historia. Las flores púrpuras junto a María denotan el corte de la muerte, algunos pétalos caídos, caprichosamente forman un manto de piedad con perfume de cobijos eternos. Elevo una plegaria y antiguas dudas amainan su tempestad, las veo transformarse en luces tenues que quieren acompañarme batiendo suavemente sus alas transparentes. Mi corazón se abrió como un paracaídas, las pompas explotaron en su fantasía de jabón, mientras miraba por la ventana como todo se repetía. Tres semanas me separaban de lo exterior, del contacto directo, sentí que unas lágrimas mordieron esa realidad que parecía correr por cada centímetro de la vida, bailando una canción colgada del aire tenue de la melancolía. Mi ausencia quedó al costado del sendero, en el dibujo de una mochila vacía y no invento nada. Hay tesoros que no recuperaré, pequeños signos que vi pasar fugazmente y se perdieron, esfumándose más allá de mí, de mis ángeles y demonios, de esa llovizna molesta urgiendo mis cristales sin maquillaje, de los pasos que hubieran sido. Ana no ha dejado de escribir y dejo crecer mi tristeza junto a ella, como la primera vez frente a sus relatos. (JLR)